11.8.14

EL DESCONCIERTO: Los Panero en el cine





El cine de culto en España tiene nombre propio: «El Desencanto». Ninguna película tiene ese aura cenicienta, ese aroma a grito desintegrador. Se ha dicho de ella que es atemporal, que puede ser vista sin contextualizarla, pero yo creo que se pierden muchas cosas si uno no está ilustrado en la materia; en este caso, la historia reciente del pueblo español. En el film entra de todo, desde la más pura poesía (básicamente el tema de fondo), hasta el más disparatado conservadurismo a causa del franquismo. España purga su condena con esta cinta que supura pus por todos los costados, allí donde uno  encuentra un bosque ponzoñoso pero con muchas luces. Se dice que Chávarri, el director, lo que intentó hacer fue un corto, pero no veía cuando parar de rodar, seguramente se vio reflejado en los ojos de Felicidad Blanc —la abnegada y seductora madre de los muchachos Panero—, y supo entonces que había dado con un yacimiento de emociones dispuestas a sacudirse, a asumir el papel principal de esa España en transición, que recién despertaba a la realidad y se daba cuenta del horror de sus años pasados, de la criatura deforme en la que se había convertido. Con esta película, también España se vio en el espejo y lo que este reflejó, no dejó indiferente a nadie. 

Personalmente, lo que sé de los Panero se lo debo a mi devoción por la poesía del hijo del medio, hablo de Leopoldo María Panero (de quien no he leído sus cuentos). Tenía una personalidad que arrastraría hasta al más indeciso aspirante a poeta. Leopoldo María ha muerto a principios de este año en el manicomio de Las Palmas de Gran Canaria; ha sido el último de todos los personajes/personas que salen en la película (no me parece que deba llamarse documental, porque sencillamente no lo es) en morir, el único que sobrevivió al final a todo ese maremágnum de atrocidades. Por Leopoldo supe que su padre fue poeta, el llamado «poeta del régimen». Leopoldo Panero Torvado encarnaba lo que pocos poetas quieren encarnar, la figura del paje al lado del dictador, el bufón que distrae la atención cuando se están tocando temas peliagudos. Carmen Polo, la esposa de Franco, era prima de su madre. Seguramente Franco, en su muy limitada visión, creía que la poesía era cantarse a sí mismo cual Narciso. Ni corto ni perezoso, Panero padre vivió una vida casi lujosa en la calurosa Astorga, donde aún pocas personas le honran. Supe también que era borrachoso y un poco pendenciero, que era de grito fácil y de costumbres bastante conservadoras, pero que de joven se había dedicado a la revuelta y a raíz de algunos tristes acontecimiento se había cambiado de bando y que desapareció de este mundo una tarde en la que venía ebrio, haciendo eses con su coche, para luego subir tambaleante a su habitación. Una vez allí, feneció en medio del desconcierto de sus dos menores hijos (el mayor, Juan Luis, vivía en Madrid con sus abuelos) Leopoldo María y Michi. Un personaje muy extraño este Panero Torvado, hermano de otro poeta, muerto muy joven, Juan Panero. A partir de esta muerte se empieza a escribir otra la historia, se rompe el bobo encanto, aquello de «Éramos tan felices», a partir de ahora se vienen los desórdenes psicológicos, el desmembramiento, los enfrentamientos con el statu quo, la desintegración del antiguo régimen, la izquierda radical, la locura, los poemarios, y sobre todo, la revelación de que nada era verdad, de que la realidad es cruda y si se tuerce al antojo de un sistema dictatorial, pues engendra monstruos. 

Estamos en 1976, Michi, el hijo menor de una acomodada e intelectual familia astorgana, se toma unas copas con un joven director de cine. Jaime Chávarri está dispuesto a revolucionar la comarca audiovisual de su país, ahora que este ya no tiene riendas y se despierta a la libertad de pensamiento, quiere poner una cámara en un sanatorio para locos y dejarla ahí para que las imágenes hablen por sí solas; tan execrable debía ser la forma como trataban a los enfermos mentales en esos tiempos oscuros de la dictadura, el electroshock seguía siendo la primera solución. Michi le sugirió que su hermano, que estaba un tanto loco, y que residía justamente en uno de estos manicomios, podía participar, pero que básicamente su familia fuera una metáfora subrepticia de los tiempos que vivían y de los que se avecinaban, es decir que participara el resto de los Panero y sobre todo su historia abigarrada. El resto está ahí, véanla; primero las remembranzas de la madre (Chávarri luego dijo que lo que realmente le había hecho decidirse en hacer el film era la grandilocuencia de Felicidad Blanc), la complicidad de ésta con Michi, la patética aparición del hermano mayor, que por cierto se llevaba muy mal con el hermano que le seguía en orden, pidió no grabar con él, se desconocen los pormenores. Me parece sobresaliente la escena donde Michi y Juan Luis hablan del fin de raza, y de embarazar a una campesina para que el apellido perviva. Leopoldo María aparece después, cuando ya ni se le esperaba, para recordarnos que la vida, la verdadera vida, es la que está desnuda, la de lengua sincera, la de los trapitos sucios al aire. Se da entonces la confrontación con su madre y en otras palabras, uno sabe que a él lo volvieron loco, de que es un chivo espiatorio (él mismo lo sostiene). 

Lo esencial de la película es que es una tragicomedia, a ratos una comedia salvajemente intelectual, y a ratos una de terror del expresionismo alemán. Ahí reside su encanto y su permanencia como documento básico de aquellos extrañísimos setentas en Hispania, donde la figura paterna aún pesaba como una loza.

Fotograma de la película «El Desencanto»

Pasados algunos lustros, una llamada de un Michi bastante avejentado, motivó que se vuelva a hablar de «Los Panero», iba dirigida a Chávarri, y le decía sin ambages que rodarán otra vez y que la película resultante debía llamarse, sin lugar a dudas, «El Desconcierto». Chávarri intenta ponerse manos a la obra, pero el sobrino del respetado cineasta Jesús Franco y primo del escritor Javier Marías, es decir Ricardo Franco, comunica que será él quien lleve a cabo el proyecto. Chávarri puede así descansar un poco del propio mito que el había ayudado a cimentar. La película finalmente tuvo por nombre «Después de tantos años» y en ella se ve nuevamente a los tres hermanos, con destinos no muy distintos a los que uno se pudo haber imaginado viendo la primera cinta. Un Michi enfermo y muy avejentado lleva la voz cantante, por cierto una voz de un pesimismo luminoso, pocas personas son capaces de elucubrar como Michi, con esa mezcla extraña de cinismo, humor negro y verborrea literaria. Juan Luis aparece poco y lo que dice no es muy trascendental. Leopoldo María está interno en el manicomio que él ha hecho famoso por un poemario, Mondragón, y lo primero que sostiene que es no tiene con quien hablar, porque los demás internos no salen de los cipotes y los coños. Lo mejor, sin ninguna duda, son las escenas finales donde Michi y Leopoldo se rencuentran en un cementerio y se echan las risas más estruendosas que se hayan oído en la soledad de las sepulturas. Me quedo con eso, sobre todo, con las risas, con la poesía dócil de un viento que se eleva imparcial. En el link de abajo pueden ver la cinta completa.




Dos caras de una misma moneda, dos películas que se entremezclan como dos serpientes follando; detrás, como una sombra, siempre planea la poesía de lo efímero, la muerte consagrando la memoria impertérrita de estos seres que vivieron y murieron tantas veces. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario